por Roberto Hilson Foot
K. Marx había señalado en sus escritos que en la metamorfosis de la mercancía aparece la posibilidad de crisis en el sistema capitalista bajo dos formas: primero una mercancía en su forma de valor de uso al transformarse en dinero con el que se puede a su vez volver a comprar mercancías, M-D-M donde media la posibilidad de la crisis por la separación entre venta y compra; segundo aparece la posibilidad de crisis, en la reproducción del capital en el proceso de D-M-PP-M’-D’,dinero- mercancía-proceso de producción-mercancía-dinero, con la metamorfosis del capital en dinero y de este en capital, encontramos la posibilidad de la interrupción de los circuitos de inversión y producción. Además Marx enfatizó una tendencia cíclica que sería inherente al capitalismo, relacionando las crisis con el ciclo de vida del capital fijo, confrontado con la constante necesidad de reconversión tecnológica y competencia, generada por la lógica del sistema capitalista. Diversos analistas han debatido acerca de la mayor importancia que tendría la asimetría entre oferta y demanda, con la progresiva caída en la tasa de ganancia, entendiendo por tanto a las crisis como resultantes de la superproducción o por el contrario han enfatizado que las crisis son resultado de procesos de subconsumo. Con el desarrollo de las fuerzas productivas hay una tendencia a la disminución del capital variable como fracción o proporción del capital total en parte forzado por el progreso tecnológico y la necesidad de acumular capital, generando un aumento en la composición orgánica del capital, incrementándose la proporción del capital constante como fracción del capital total, produciendo una disminución de la proporción pagada a los salarios pues la plusvalía solo puede extraerse del capital variable y como este disminuye proporcionalmente en relación con el capital constante, el capitalista solo puede apropiarse de menor cantidad de capital forzando una tasa decreciente de la ganancia.
Obviamente no pretendemos resolver en un párrafo las complejidades inherentes al tema ni resolver el centenario debate en torno a la interpretación de las crisis en la obra de Marx. Sin embargo tanto la idea de una crisis de superproducción en el marco clásico del capitalismo o las interpretaciones que privilegian el subconsumo, o las aproximaciones al tema desde la plusvalía o los circuitos de M-D-M no parecen ser herramientas capaces de explicar toda la complejidad de la crisis actual, resultante de la especificidad del modo de producción capitalista desarrollado desde mediados de la década de 1970, marcado por una creciente diferencia entre el valor del dinero, bonos, títulos y acciones en circulación y el monto del capital y la producción de bienes de la economía mundial. Las condiciones de la crisis actual son de difícil encuadre teórico no solo para las herramientas teóricas aportadas por Marx pues tanto mediante las matrices de insumo producto de Wassily Leontief (1906-1999) quién procuraba determinar los flujos de bienes y servicios analizando y midiendo las relaciones existentes entre los diversos sectores de producción y consumo con un gran énfasis en unidades físicas, como así también para la aproximación teórica de Alvin H. Hansen (1887-1975) y los Keynesianos, así como para el análisis de J. Schumpeter (1883-1950) como teórico del ciclo de negocios que buscaba revelar la anatomía del cambio económico, basado en ganancias resultantes de procesos de innovación y consiguientemente una atenuación de la ganancia ante el escenario de falta de innovación .La crisis actual presenta elementos difícilmente reductibles a los encuadres nombrados pues todos ellos parecen estar pensando la economía desde la producción y el consumo basados en teorías del valor que pretenden preservar un vínculo entre los valores de cambio o mercado y las cantidades físicas necesarias de los factores ( Tierra, Trabajo y Capital), para la producción real de bienes, lo cual constituye a mi entender el problema mas determinante de la actual etapa del capitalismo.
No es aceptable escudarnos en la sorpresa e imprevisibilidad de los acontecimientos a partir del mes de Septiembre de 2008, pues los indicios de esta crisis son rastreables incluso en eventos del año 2006 y 2007, y son muchos los analistas que venimos señalando aspectos peligrosos e insostenibles de la globalización financiera de inspiración neoliberal. La quiebra de Lehman Brothers Holding Inc. el 15-16 de Septiembre y el auxilio de 85.000.000.000 U$S por parte del gobierno de E.E.U.U. de la Aseguradora AIG, marcaron claramente la seriedad de la crisis. La debacle de Fannie Mae y Freddie Mac indicaban la fuente de los descalabros en los incumplimientos en la cancelación de los créditos inmobiliarios. La Federal National Mortgage Association y la Federal Home Loan Mortgage Corporation, que financiaban sus actividades por medio de la emisión de títulos, los RMBS (Residential Mortgage-Backed Securities), con garantías estatales y tasas preferenciales, cubriendo nada menos que el 45 % de las operaciones de crédito inmobiliario, se encontraron rápidamente con montos de capital insuficientes para enfrentar la crisis, la cual amenazaba con impactar en forma inmediata sobre el sistema bancario. La intervención de la FDIC, Corporación Federal de Seguros de los Depósitos Bancarios, creada en 1933, que garantizaba los depósitos de 8451 bancos y cajas de ahorro, resultó también desbordada y requería una intervención aún mayor del estado en el mercado. Se había hecho más visible la crisis con los incumplimientos crecientes en la cancelación de los créditos subprime, aumentando la morosidad, desvalorizando activos y desatando quebrantos en bancos. Es cierto que hubo un indicio de la crisis en los problemas con el pago de las hipotecas en 2006-2007, lo cual podría inclinarnos a pensar en la hipótesis del subconsumo, pero la desproporción entre ese problema inicial y las consecuencias exceden todo parámetro. Para cuando el Congreso de E.E.U.U. aprueba un plan de U$S 700.000.000.000 el 1º de Octubre de 2008 los mercados ya no responden de forma positiva pues los montos de las perdidas excedían largamente tanto al de las hipotecas sub-prime como al del rescate. Si bien no es la crisis terminal del capitalismo no deja de comprometer seriamente el modelo del capitalismo impuesto en la década del 70.
La ideología que sustentó toda esta etapa requiere ser desplazada, pero los intereses que representa son tan abrumadores que no es una batalla fácil revertir su influencia y la capacidad que ha tenido de generar modelos de pensamiento y patrones culturales. Debemos extremar la discusión con el neoliberalismo, pero teniendo en cuenta que las categorías clásicas de Marx e incluso la visión Keynesiana son insuficientes para enfrentar la presente crisis. El carácter de la crisis conmueve la entera concepción del valor pues la concepción neoclásica que sustentó al capitalismo neoliberal ha privilegiado el valor de cambio ignorando toda referencia al valor trabajo o de producción y nos condujo hasta la presente catástrofe. Hay una urgente necesidad de generar respuestas basadas en un pensamiento original para enfrentar este desafío, si no queremos un estado volcado al rescate de los intereses financieros, a costa de las condiciones de vida de los pueblos. A menos que podamos generar nuevos marcos de análisis podemos quedar atrapados por la necesidad de salvar al sistema, con políticas activas del estado con un costo social muy grande en donde el estado “ keynesiano” terminaría cumpliendo el rol de estabilizador del sistema pero sin la contraprestación de una discusión sobre tasa de ganancia, plusvalía absoluta y relativa, y calidad de vida que permitió hacia mediados del siglo XX desarrollar el estado de bienestar. Es indispensable recordar también con preocupación que los actores sociales y políticos como los sindicatos, los fuertes partidos socialdemócratas, laboristas o demócratas, los intelectuales comprometidos y orgánicos y los socialismos reales ya no gozan ni del consenso ni del poder que tenían hace seis décadas. Corolario por ejemplo del avance cultural del neoliberalismo es un insoslayable descrédito del rol de los sindicatos y la baja en las tasas de afiliación que afecta tanto a países desarrollados como subdesarrollados. Tenemos por ende no solo un problema teórico sino también una seria dificultad cultural y política para enfrentar la presente crisis.
Es indudable que debemos volver a discutir el proceso de globalización que ha permitido la expansión y multiplicación del capital financiero, en el cual buena parte de las lógicas de acción han quedado subordinadas a los intereses de la burguesía financiera, escudados por las ideas neoliberales directamente responsables de la presente crisis. Esta matriz conceptual sobre la que se ha estructurado parcialmente la ideología de la globalización es la que bajo los preceptos de G. Leibniz (1646-1716) elaboraron los economistas de la fisiocracia y los clásicos ingleses y luego en la segunda mitad del siglo XIX los neo-clásicos, en el cual las barreras fronterizas obligaban a una utilización sub-óptima de los recursos por lo que solo la dilución del poder del estado y el desarrollo del librecomercio podía acercarnos al mejor de los mundos posibles. El neoliberalismo ha pretendido en función de su marco teórico presentar a la globalización como un proceso irresistible, irreversible y auto regulable, pero a la vez han aumentado las restricciones a las migraciones, lo cual debiera hacernos pensar que dicha asimetría en la consideración de los factores de producción delata el peso de una génesis territorial del capital financiero pero además la existencia de clases capaces de relativizar y acotar la globalización utilizando la fuerza represiva de los estados y sus capacidades militares imperiales, siendo selectivos en los aspectos a globalizar, lo cual permite impugnar la coherencia del discurso de estos intereses capitalistas. La necesidad de limitar y regular el mercado de capitales demanda la acción del estado para legislar sobre los marcos regulatorios nacionales pero también para establecer organismos y políticas internacionales de regulación. Esta necesidad nos remite a los debates y luchas políticas nacionales pero a la vez a la posibilidad efectiva del desarrollo de políticas en defensa de intereses populares que requieren la autonomía financiera de los estados y la organización de estados eficientes, dinámicos y coordinados a nivel internacional. No podrán las fuerzas populares pretender que el estado no sea un instrumento de dominación de las distintas fracciones de la burguesía si es una institución deficitaria y económicamente dependiente de los grupos financieros. La solvencia fiscal de los estados nacionales basados en impuestos directos sobre la renta permitiría una posición de mucho mas poder para las fuerzas democráticas a la hora de discutir la distribución del ingreso. Solo estados sólidos desde el punto de vista financiero, gobernados además por fuerzas defensoras de los intereses populares pueden pretender poner un límite a las dinámicas financieras de la globalización. Recordemos que la famosa tasa Tobin sobre transacciones financieras internacionales que fue presentada en 1972 y sin embargo nunca logró tener un consenso que permitiera aplicarla, lo cual indica la debilidad para limitar las dinámicas de los sectores financieros desde la década del 70, cuyo resultado catastrófico debemos ahora enfrentar.
Este elemento financiero parece el determinante a la hora de entender la presente crisis, tan condicionada por el mercado de capitales. Es posible detectar que como resultado de las relaciones sociales de producción, los estados han sido muy funcionales al sector financiero de la burguesía permitiendo una expansión de los montos negociados que ya no guarda ninguna relación con la producción real de bienes. Ni el presidente de la Reserva Federal de E.E.U.U., Ben Bernanke, ni el secretario del Tesoro del mismo país Henry Paulson, están embarcados en una recreación del estado de bienestar con fuertes espacios de poder para los sectores populares, sino más bien han movilizado ingentes cantidades de fondos públicos en la defensa de los causantes de la crisis. Los fondos que se negaron durante años para incrementar la cooperación internacional o garantizar una cobertura médica universal a los ciudadanos norteamericanos o promover políticas activas para los inmigrantes, ahora se han multiplicado para la protección de intereses financieros. Un endeudamiento anticíclico del más clásico estilo Keynesiano, podría derivar en un debilitamiento financiero aun mayor de los estados que tendría como corolario un fortalecimiento aún mayor de la dinámica de acumulación basadas en premisas neoliberales. Estas condiciones del sistema capitalista demandan de los sectores populares un nuevo esfuerzo teórico, buscando una reelaboración de la teoría del valor que impugne la visión neoclásica, una reconsideración del rol del estado que responda a los desafíos actuales, una estrategia para pensar los procesos de integración y globalización en función de los intereses de las grandes mayorías, y una forma de responder a la multiplicación exponencial de riqueza que no guarda relación alguna con las pautas de producción de bienes. El carácter de la crisis actual no nos permite responder sin reconsiderar herramientas teóricas tradicionales, pues el núcleo del problema actual es la imposibilidad de referenciar o dimensionar la generación de dinero a partir de dinero, a un parámetro cuantificable de producción de bienes, para salvar algún tipo correspondencia con la economía de producción. No estamos ante una crisis de sobreproducción ni de subconsumo tal como podía pensarlas Marx, por la sencilla razón de que los volumenes monetarios manejados por los mercados financieros, exceden varias veces a los montos manejados en los circuitos productivos. Las nuevas condiciones del desarrollo capitalista demandan nuevas respuestas que defiendan los intereses de los pueblos, permitiendo focalizar en este complejo problema de la imposibilidad de referenciar los montos financieros con la producción real. Lo hacemos nosotros o lo harán ellos.
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